POR LOS CAMINOS DEL CHICAMOCHA - La Ruta del Indio-
- Mauricio Olaya
- 19 ene 2017
- 8 Min. de lectura
A solicitud de uno de mis lectores que me reclamó el porqué siendo yo uno de los fotógrafos que mas ha registrado el Chicamocha, ni tengo ni inicié este periplo como bloguero por este mágico lugar, insigne de nuestro departamento de Santander y una de las 77 maravillas del mundo, candidato a haber sido parte de la selecta nominación de una de la nuevas siete maravillas del planeta tierra.
Y razón le sobra por su reclamo, pero igualmente pueden estar seguros que habrá no uno, sino muchos capítulos para disfrutar de este tesoro de la tierra, con la certeza que vendrán caminos, vuelos y perspectivas visuales absolutamente inéditas.
Hoy iniciamos este periplo con la ruta caminera entre el Corregimiento de Pescadero y el Municipio de Cepitá, a lo largo del llamado Camino del Indio. Un trazado paralelo al río por su costado norte, en donde tendremos la oportunidad de encontrar para sorpresas de muchos, un universo vestido de verde, en contraste con la agreste montaña e instantes donde el río muestra sus facetas, ora tranquilo y lento, ora agresivo con sus rápidos amenazantes.

Desde la orilla del camino, se aprecia la montaña que vigila el paso del río y en él las llamadas madresolas, islas que el verano construye por momentos y que luego con la llegada de las lluvias borra de la vista.
El recorrido es recomendable iniciarlo muy temprano. Una recomendación que no me cansaré de dictar para quien quiera vivir la aventura de reconocer las entrañas de sus montañas que a lo largo de 265 kilómetros, construyen ese trazado orográfico por donde discurre el río Chicamocha.
El Camino del Indio como lo sugiere su nombre, fue un trazado en tierra construido desde tiempos de la colonia por los indios convocados alrededor del pueblo de Cepitá, constituyéndose en su tiempo uno de los caminos mas usados para llegar a otros pueblos de la zona con los que se tenían actividades comerciales.
Con las primeras luces y desde el sector de las tiendas próximas al peaje de Pescadero, se toma el camino que desde el principio sugiere parte de sus características: un trazado estrecho pegado a la montaña y ausencia casi permanente de zonas de sombra, siendo los cactus y uno que otro árbol de cují y en menor número algunos de los llamados siete cueros, que son un atractivo visual por sus formas que enmarcan el paisaje de manera singular.

Los cactus son los sempiternos compañeros de la ruta, figuras elevadas que bien se pueden llevar a la categoría de guardianes del Chicamocha.
Una primera razón para hacer una justa primera estación para el descanso lo pide la llegada a la que será la única casa campesina que volveremos a encontrar en los próximos quince kilómetros que nos faltan para llegar a las inmediaciones del pueblo, donde de nuevo aparecen los cultivos y la gente. Allí en una pequeña meseta que se eleva a un costado del camino, la humilde casa desde donde atisban un par de desconfiados, pero poco amenazantes canes, se dibuja contra el paisaje que lucha por resolver la dicotomía cromática entre el verde de los cultivos de tabaco y el ocre árido de las montañas lejanas.
El tabaco a pesar de las dramáticas reducciones en su comercialización, continúa siendo una base importante de la economía del sector y para el caso de los dueños de casa, no cabe duda que es la principal fuente de recursos. El cultivo no mayor a una hectárea, en estos momentos se encuentra en proceso de floración, lo que se convierte en la oportunidad precisa para conocer la flor que inspirara parte del estribillo de una de las canciones de José A. Morales, el cantor de la tierra.

La singular flor del tabaco que inspirara el sentimiento del mismísimo José A. Morales.
Retomamos el camino que a cada paso comienza a mostrar nuevas facetas del camino. Al otro lado del río la montaña se parte en pequeñas lomas, alguna de las cuales a la distancia pierden su color y se unifican en gamas de azul, fenómeno atribuido a la bruma que se estanca en el profundo vaso del cañón, que quien lo creyera, supera en profundidad al afamado Cañón del Colorado, alcanzando profundidades promedias de 2 mil metros.

Un solitario árbol de Cují enmarca el paso del río y brinda la oportunidad de destacar el paisaje, en una instancia donde el río transcurre sin prisa.
El calor a esta hora, cuando han transcurrido algo mas de dos horas de camino, comienza a exigir descanso, situación que la propia naturaleza parece coincidente con el momento que atraviesa el caminante, lo que traduce en que es en esta instancia del camino, cuando un resguardo absolutamente verde se estrella con el trazado y a modo de oasis, se oferta como el lugar ideal para tomar un necesario y exigido descanso.

Un oasis en la ruta, un paraje pletórico de verde se convierte en el lugar idóneo para recargar energías y continuar con mas aliento el camino, donde la temperatura comienza a subir sin tregua y con la clara intensión de bajarle los ánimos al caminante.
Con las fuerzas mas repuestas retomamos la ruta. El paisaje ni para que decirlo, sigue siendo la mejor recompensa al esfuerzo entregado. Una pequeña prueba de valor y un llamado a la adrenalina se abre de golpe ante el trazado, hasta ahora muy bien conservado, a pesar del paso de los tiempos. Los estragos el último invierno se evidencian y el camino, salvo un muy pequeño resquicio, ha dejado de existir. Es el momento para tomar aire y con la decisión del riesgo, pegarnos al filo de la montaña y con cuidado, paso a paso, con seguridad y dejando el pánico a un lado, realizar el exigente cruce, con la consciencia de una profundidad de unos 20 metros bajo nuestros pies y la certeza de que abajo, el rugiente paso del río no nos augura un buen momento.
Por fortuna el paso más crítico apenas supera los 10 metros, de manera que en tres pasos laterales se vence y se alcanza una parte mas ancha y menos afectada de lo que fuera el camino. A esta altura del camino, la temperatura que puede estar cercana a los 40 grados, el sol ya en lo alto y la transpiración de momento vivido, hace pesada la respiración y el mejor amigo del caminante, el agua se transforma en la pócima secreta para recobrar las energías, volver a sacar la cámara, devolver la mirada sobre lo recorrido y con mayor determinación seguir buscando la ruta final.
Y como bien lo dice el dicho, tras cada aguacero viene su arco iris, la compensación no se hizo esperar, pues apenas unos metros adelante, nos encontramos con el lecho seco de una antigua quebrada, por la que fácilmente se podía deducir que ese cause había dejado de existir hace varios lustros, pero que siguiéndola nos lleva a un observatorio único del paso del río, en un sector donde la fuerza de las aguas se convierten en un espectáculo de admiración a favor de la grandeza y el poderío de la madre naturaleza y de sus elementos.

El paso del río en esta fracción nos recuerda que tras toda calma, siempre cabe la posibilidad del desborde. Impactante este encuentro con la fuerza.
Temperatura de diez de la mañana bordea los 40 grados, ni un asomo de sombra y el único aliciente, si se puede llamar así, es el encuentro con un recodo del camino desde donde se divisan dos elementos que nos dan el toque de energía que el cuerpo reclama: las antenas que reconocemos están localizadas en el Cerro de la Virgen, tutelar del pueblo y la punta de la torre de la pequeña iglesia. Ya a esta altura podemos calcular que manteniendo el paso, en unos 40 minutos podremos estar llegando al encuentro de la ¨civilización¨ con las primeras fincas, donde si la suerte nos favorece podremos adquirir un melón que calme la sed, destacando que este fruto es hoy una de las bases fundamentales del economía agraria de Cepitá.



Tres fracciones del paisaje en la etapa final del camino. Tras cada vuelta del río una esperanza con el final de la ruta.
Cepitá es hoy un pueblito enclavado en el corazón del Chicamocha a un costado del río y localizado sobre el delta que configuran la desembocadura de las quebradas Perquizes y La Perico. Las cuales por demás, se constituyen en las principales fuentes hídricas secundarias que de alguna manera sobreviven en la zona, donde la particular aridez, nos hace pensar reflexionar al encontrar varias cuencas secas a lo largo del tramo recorrido, en un angustioso grito que nos recuerda la fragilidad de un ecosistema bajo declaratoria de bosque seco en amenaza y por demás, refugio sagrado de cerca de 290 especies entre aves, mamíferos y reptiles clasificados, amén de ser habitat exclusivo de dos especies endémica del sector: el Cucarachero de Nicéforo (Triophyllus nicefori) y el Colibrí Vientricastaño (Amazilia castaneiventris), los cuales presentaremos una futura entrada que nos permitirá resaltar aún mas el valor e importancia que tiene este cañón para la vida en al región.
En las puertas mismas del pueblo nos resta para terminar el recorrido, atravesar la Quebrada Perquizes que quizá porque en la parte alta del Cañón, en inmediaciones del municipio de Guaca se han registrado algunas lluvias, hoy se nos ofrece bastante crecida, teniendo como única forma de vencerla en su obstáculo natural, cruzar sendas tablas que los campesinos de la zona han adoptado como improvisado puente o paso para los peatones de la zona.

Este improvisado puente sobre la Quebrada Perquizes, permite la comunicación entre el Camino del Indio en uno de los núcleos de mayor presencia de sembrados de melón, tabaco y tomate, las tres bases fundamentales de la economía campesina del municipio.
Finaliza el camino, con la buena noticia para el caminante: la oportunidad de saciar la sed con un par de cervezas bien frías y el imperdonable baño en la piscina natural, que se ha construido en los límites del casco urbano y la cual es alimentada por las aguas de la quebrada.
Queda como manifiesto de este recorrido compartido una galería de fotografías que darán data de las razones por las cuales vale la pena agendar entre las opciones de buen uso del tiempo libre, el emprender uno de estos recorridos por las entrañas de nuestro Santander.

Flora nativa de la región

Los cactus en cualquiera de sus formas, son compañeros permanentes a cada paso del caminante.

Cactus florecido reiterando el esplendor de la vida en medio de las soledades del Chicamocha

Encuentros que contrastan uno a otro, en perfecto símil con la esencia del paisaje de la zona

Un árbol seco se levanta como esfinge memorial de la crudeza del Cañón, enmarcando el paso de las aguas del río.

Aunque amenazantes no dejan de ser objeto visual de particular interés para todas las miradas.

Y en medio de la ausencia de vida, en todas sus formas la vida vuelve a cobrar su ciclo natural.

Como intentando mostrar que la vida natural no sabe de límites, este árbol se sostiene sobre la montaña, acariciando la fuerza del aguas

Árboles sostenidos de las laderas de la montaña, desafiando el espíritu de las leyes naturales.

Vestigios del paso de los años, de la vida ida en medio de una naturaleza que no detiene su trasegar.

Una ceiba barrigona en lo alto de la montaña, en una de sus etapas previas a la floración, cuando sus hojas renacen y arropan de vida sus ramas.

Adherido a la dura montaña, una planta de primaria presencia en la zona, la bien llamada pringamoza.

Una pringamoza joven se recorta contra el paisaje montañoso en la parte alta del camino.
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