EN EL CORAZÓN DEL CHICAMOCHA - Ruta Las Aguadas - San Miguel -
- Mauricio Olaya
- 14 mar 2017
- 8 Min. de lectura

El Chicamocha es a sus caminos, como las rayas son al tigre. Bajo esta analogía, el escritor Pedro Gómez Valderrama escribió su novela cumbre La Otra Raya del Tigre, en la cual desarrolla la historia del comerciante y constructor de caminos alemán, Geo Von Lengerke, quien huyendo de su país natal tras un lío de faldas que terminó en un duelo y la muerte de un ofendido marido, llegó a Colombia, emprendió su periplo en búsqueda de hacerse a una nueva vida, bajó por el río Magdalena arriba y llegando a Puerto Nuevo, hoy Gamarra, tomó camino hacia la cordillera, entrando por las entonces desafiantes selvas del valle del río Lebrija y por San Vicente subió hasta lo que es hoy Betulia, en cuyas cercanías tomó posesión de sus nuevas tierras de la Hacienda El Florito y desde allí, dio inicio a la mas grande empresa comercial de la región, para lo cual debió atender la construcción de una completa red de caminos que se extendieron por buena parte de la geografía de Santander y algunos de ellos, se hicieron uno solo con los caminos de indios que ancestralmente fueron la ruta del intercambio comercial de los Guanes con otras tribus de la región.
Esta amplia introducción histórica y novelada, nos sirve precisamente de marco para darle apertura narrativa a una serie que nos llevará a adentrarnos en el corazón mismo del Cañón del Chicamocha, a través de sus rutas camineras. La que les comparto hoy, une los dos lados de la cordillera que forman el Cañón del Chicamocha y de paso, nos lleva a descubrir unos parajes sin par, a disfrutar de un encuentro visual sin medida, a sentir las palpitaciones de ese corazón vivo que late en las entrañas de nuestro territorio santandereano. Un territorio que a primer golpe de ojo se nos muestra inhóspito, árido, estéril si así se quiere ver, pero que al auscultar sus profundidades, encontramos la vida en todo el esplendor que solo la mano del Creador pudo intervenir para conjugar en él tanta magia natural junta.

Como lo ordena la praxis de cualquiera que sea la aventura de adentrarse dentro del Chicamocha, la primera gran recomendación es la de madrugarle al calor y la recompensa nos saluda al despertar de las primeras luces rompiendo sobre la montaña.
Temprano para poderle ganar tiempo a las zancadillas que por estos territorios suele meterle el calor, el sol y la dureza del clima al caminante, emprendemos la salida a bordo de un viejo pero bien ´adiestrado¨ Ford 66, que nos lleva desde el pueblo de Aratoca, hasta la Vereda Aguadas, en el punto donde termina la trocha vehicular y comienza el camino que une lo alto de la montaña, con el Corregimiento de San Miguel, localizado a un costado del río Chicamocha.
Por indicaciones de Google Earth, se calcula que la ruta que estamos prontos a iniciar tiene una longitud de 9 kilómetros y va desde lo alto de la cordillera, hasta encontrar el lecho semi seco de la quebrada Las Aguadas, hasta el punto de destino en las aguas mismas del Chicamocha, en el corregimiento de San Miguel, localizado en la zona de influencia del llamado nido sísmico de Santander, que de acuerdo con los datos de la red sísmica mundial, es considerado el segundo en actividad sísmica permanente en el mundo, con registros que determinan un promedio de 85 movimientos de tierra diarios en la escala de Richter, factor que a su favor, tiene el hecho de que esto genera una liberación permanente de energía, lo que reduce el riesgo de movimientos telúricos de mayor afectación.

El primer regalo que la naturaleza nos tiene preparado es el encuentro con un gran núcleo de ceibas barrigonas que se recuestan contra la empinada ladera, al lado opuesto del camino, por lo que es impensable acceder a ellas de una manera diferente a lo que nos permite el acercamiento focal de nuestros lentes.
Árbol insigne de Santander, endémico de los territorios del Cañón, la Cavanillesia chicamochae o Ceiba Barrigona, tiene precisamente en esta primera parte del camino, uno de sus núcleos de alta presencia, sorteando su presencia al acoso de su peor enemigo, las cabras, especie introducida a estos territorios como herencia de la conquista y a la cual se debe la notoria reducción y la condición especie en peligro de extinción que pende sobre estos árboles, pues la cabra se alimenta entre sus muchas fuentes, de los pequeños brotes de las semillas que no bien comienzan a germinar, estos depredadores de cuatro patas le llegan para borrarlas de la faz de la tierra. Por esto, el encuentro con estos núcleos verdes se constituyen en un premio mayor a la esperanza y el primer gran regalo de la ruta empredida.

No bien se ha tomado el primer recodo del camino, luego del encuentro con las ¨barrigonas¨, cuando desde lo alto se nos presenta en buena parte de su dura dimensión, el camino que estamos a punto de emprender, donde a lo lejos se divisa la presencia de un solitario cabalgante.
Desde lo mas alto de la montaña, la primera inquietud que le surge al caminante es esa mezcla de temor y admiración, al divisar un paisaje cuyas magnitudes infringen respeto, admiración y la real sensación de la grandeza de la madre tierra, frente la mínima presencia del hombre ante la dimensión sin posibilidad de minimizar de este paisaje gigante en todas y cada una de las miradas que se le quieran dar.
Emprendemos el descenso bordeando el pequeño valle nucleico de ceibas barrigonas y por el camino, el paso sin prisa, pero sin freno de una pareja de campesinos, él montado en su bestia y cargando a su pequeño hijo de meses en sus manos y ella atrás, a pie y corroborando que la mujer santandereana está hecha de tesón y empuje.

Esta es la gente del Chicamocha, desde sus primeras luces, integrada a esta tierra, a estos paisajes, a la inclemencia de la canícula, de la dureza del camino, de los retos trazados en una geografía distante pero que funciona como espejo de lo que somos como santandereanos.

Y como todo esfuerzo trae su compensación, que mejor que a la vuelta del camino encontrarse de pleno con un pequeño núcleo de ceibas barrigonas, cercanas no solo a la mirada, sino al abrazo y la admiración de su cercanía y presencia.

Montaña y barrigones se vuelven una sola forma, un solo volumen que se resuelve ante la mirada en un paisaje de roca y vida.

El sol comienza a elevarse sobre la montaña y los primeros indicios de lo representa retar su presencia, asoma en las gotas de sudor que comienzan a resbalar sobre la frente del caminante. El camino serpentea sobre el costillar de la montaña donde se trazó hace centurias estas rutas dignas de ser recorridas por quien realmente se quiere reconocer como hijo de estas breñas forjadoras de la santandereanidad.
Las ceibas barrigonas están a la mano del caminante, se puede abrazarlas, componer mil fotografías contra el paisaje circundante, analizar sus caprichosos volúmenes y las formas adquiridas en décadas de presencia en esta tierra. Estamos en el periodo verde donde ellas se visten de vida y sus troncos se perfilan gozosos abrigados de hojas. Así permanecerán quizá por tres o cuatro meses mas, en un lento pero constante cambio en el color de sus hojas que terminarán totalmente amarillas hasta comenzar a caer y dejar el tronco totalmente limpio, configurando entre el paisaje, la forma perfecta como los equiparó el fotógrafo de las barrigonas de estas montañas santandereanas, Pedro José Ribero, que al verlas en estos periodos los denominó Los Fantasmas del Chicamocha.

Las formas y volúmenes de las ceibas barrigonas las hacen un árbol único. No hay forma comparable entre ellos, cada uno, a su capricho, se forma a sí mismo en su distinción.

Componer con el paisaje, una de las maneras de interactuar con este entorno perdido entre las montañas de Santander.

Cielo, tierra y esa ceiba barrigonas vestida de verde que parece desafiar la agresiva ladera. Miradas únicas sobre este paisaje sin par.

La caprichosa genuflexión de esta ceiba barrigona, ante la dominancia del paisaje de esta tierra crisol donde se forjan todas las voluntades.

Las corpulentas formas de su tronco bajo, hacen de la ceiba barrigona una especie única y particular, sus raíces se abrazan con fuerza a las rocas que configuran este paisaje de soledades.
Tras soslayarnos con esta oportunidad que el encuentro con estos árboles nativos del Chicamocha nos brinda, retomamos el sendero en un descenso prolongado hacia el valle de lo que alguna vez hubo de ser una amplia cañada, fuente hídrica que brindara sus aguas al río madre. Los naturales le llaman Quebrada La Aguada, aunque del preciado líquido, para ser sinceros, solo queda un pequeño hilo que por momentos se pierde entre las rocas y pedregales que conforman su amplio lecho hoy seco, pero que no deja duda, por el tamaño de rocas que allí se encuentran, que alguna vez hubo de ser depositario de una fuerte y vital corriente. Nos queda la tarea pendiente de indagar en la memoria de algún poblador de la zona sobre recuerdos de esas épocas.

Así se dibuja hoy el paisaje del lecho seco de la quebrada Aguadas, en la parte baja de la ruta caminera que hoy emprendimos.
La prevención no sobra tenerla presente en estas geografías perdidas y uno de los compañeros del camino es víctima del beso fugaz de la pringamosa, una pequeña planta de alta presencia en la zona, cuyo contacto con las hojas genera una molesta reacción por efecto de la urticaria, teniendo como único remedio natural y efectivo, apenas para calmar la rasquiña, el aplicarse un poco de orina sobre la zona afectada y por ningún motivo rascarse, pues eso hace penetrar mas los pequeños bellos que se desprenden de la planta a su menor contacto.
Un muy leve descenso por la ladera y la primera parte de la ruta asoma a su final, un puente de reciente construcción atraviesa las aguas del río Chicamocha, llevando un amplio caudal que le propician el alimento de un sinnúmero de afluentes de la cordillera de las tierras de García Rovira.

Por el permanente trasegar de las bestias que cargan sobre sus lomos los productos que semana a semana se llevan por esta ruta al mercado de Aratoca, el puente con menos de 20 años de existencia, ya registra los primeros efectos del uso.

Desde lo alto del puente, se aprecia la magnitud y la fuerza de las aguas del gran Chicamocha, que fluyen con toda su energía vital alimentando los escasos cultivos de tabaco, melón y tomate, fuentes primarias de la economía de la región.

San Rafael es el único corregimiento del municipio de Cepitá. Actualmente lo habitan no mas de 30 familias, que desde tiempos ancestrales han vivido de la tierra, en un titánico y tesonero manifiesto de la fuerza y raigambre de una raza que no se amilana ante el paisaje. La montaña y el río son referentes únicos de estos paisajes vivos del corazón del Chicamocha.
La economía fundamental de la zona la determina la agricultura basada en tres productos únicos: el tabaco, el melón y el tomate. El círculo comercial se realiza con los municipios de Aratoca, tomando exclusivamente el camino que acabamos de recorrer. Cepitá que se puede realizar a pie como lo haremos en la segunda parte de esta ruta y en menor opción, con el municipio de San Andrés, a lo largo de una carretera exigente a ras de ladera en desafiante travesía por el costillar de la cordillera.

Con esta escena cotidiana registrada en el corregimiento de San Miguel, termina esta primera fase del recorrido, el calor imperante nos hace sentir ganas de emular la dicha de esta pequeña en su baño diario bajo la cuidadosa vigilancia de su madre.
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